jueves, octubre 26, 2006

Pido opiniones

Tengo entre mis libros uno que cuido con especial esmero el cual lo tengo de mis años de juventud. Está en idioma alemán y está editado en 1963 y traducido al castellano se titula "Discursos que conmocionaron al mundo".

Se inicia con uno del Papa Urbano II el año 1095 en el cual llama a las Cruzadas y termina con uno de Gamal Abdel Nasser del año 1957 sobre la unificación de la República Arabe Unida.

Entremedio hay discursos de grandes personajes de la historia que hablan sobre grandes momentos de la humanidad. Hay discursos de p.ej. Cromwell, Robespierre, Victor Hugo, Emile Zola, Lenin, Stalin, Hitler, Martin Buber, el famoso discurso de Krushev en 1956 en el XX Congreso del Partido Comunista de la URSS, en el cual denuncia las atrocidades del régimen de Stalin. En fin, para el que le gusta la historia es un "boccato di cardinale".

Pues bien, de todos ellos, deseo comentar brevemente uno en especial el cual en uno de sus párrafos me dejó muy pensativo. Se trata de una charla que diera el pensador y escritor alemán, premio Nobel de Literatura Thomas Mann con motivo de su cumpleaños 70, el 6 de Junio de 1945 en Washington, es decir, cuando en su Alemania natal aún humeaban las ciudades después de la guerra.
En dicho discurso el tema era "Alemania y los alemanes". Habla de su pueblo, de sus personajes importantes, de las características, virtudes, defectos de esta nación.

Y a lo que voy específicamente en este caso es una frase que, refiriéndose al Reformador Martín Lutero, dice de él que "Lutero no sólo reformó a la Iglesia sino que salvó al Cristianismo". Más adelante dice que "la revolución luterana conservó al Cristianismo".
Habla también de él que fue un "revolucionario conservador". En fin, en estas breves frases que dice Mann me quiero concentrar ahora, porque ese es para mí el meollo de esta columna y pido ayuda y comentarios para dilucidar lo que tras estas palabras quiso decir este gran pensador, autor de "La montaño mágica" o "Los Buddenbrooks".

Yo pienso que su pensamiento iba a decir que si no hubiese sido por Lutero, la Iglesia, (Católica Apostólica Romana exclusivamente) habría, si no desaparecido, al menos sufrido una crisis de proporciones difíciles de predecir. Digo esto porque recordemos que ésta estaba totalmente corrompida, desde el Vaticano para abajo. Mencionemos como breves ejemplos sólo la "Dolce Vita" que se llevaba en palacio, la venta de las indulgencias. Un sinnúmero de no precisamente buenos ejemplos para sus feligreses. Papas con concubinas, hijos ilegítimos (recordemos a Alejandro VI, el papa Borgia, padre de Lucrecia y César Borgia entre otros hijos).
De ahí creo que el movimiento reformador de Lutero llegó en un momento preciso para llevar nuevos aires y nuevos pensamientos a la Iglesia antes que ésta hubiese caído en abismos inpensables.

No sé si me expreso bien en estas ideas que sé que pueden ser conflictivas. De ahí que me interesa compartir con otros cibernautas ideas y comentarios respecto de este tema. Estoy abierto a escuchar críticas, complementaciones a lo expuesto, en fin, todo aquello que nos ayude a dar luces a este período que, reconozco, es para mí uno de los más fascinantes del milenio pasado.

Por algo, cuando finalizó el segundo milenio, en un programa de televisión, creo que era en el History Channel, cuando se recordó a los personajes más relevantes del milenio que se iba, Lutero ocupaba el tercer lugar después de Gutenberg y Newton.
Por algo sería...

sábado, octubre 14, 2006

El cuñado del presidente

A travér de estas líneas deseo recordar con mucho cariño a un personaje penquista al cual conocí muy de cerca ya que fue amigo de mis padres (incluso pariente lejano de mi padre), y como tal solía pasar días, y semanas, de descanso en la casa de campo de mis progenitores en la comuna de Ránquil, a unos 80 km de Concepción hacia el interior.

Este ilustre caballero era don Alfredo Ide Pereira, hermano, por lo demás, de mi maestro de piano, don Roberto de quién hablo en columna aparte.

Su figura de por sí ya era imponente y no podía pasar desapercibida ya que la semejanza con las caricaturas que se conocen y se hacen de don Quijote era realmente impresionante. Y en realidad, no sólo su figura física era una copia fiel del Caballero de la Triste Figura sino que también todo su ser.

Persona alta, delgada, una voz de tenor bastante chillona, sus gestos, sus largas extremidades y especialmente los dedos muy largos al estilo de las figuras del Greco eran parte de sus típicas características físicas.

Era don Alfredo tremendamente culto, había sido educado en el Colegio Alemán de Concepción al igual que parte de sus hermanos. Dominaba perfectamente bien, por lo tanto, el alemán, el francés, el inglés. Gustaba de la lectura de los clásicos y decía que le gustaba hacerlo en sus idiomas originales. Por tanto leía a Thomas Mann (de quién era un gran admirador) en alemán, a Proust en francés, a Joyce en inglés, etc.

Era de profesión dentista pero dicha actividad la ejerció muy poco tiempo para retirarse a lo que era su mundo: la lectura y fundamentalmente el piano. Para sus pretensiones materiales, que eran muy modestas, le bastaba con los ingresos de las rentas que le dejaban las propiedades que heredó de su padre, otro personaje muy conocido de Concepción, don Carlos Ide Schulz fallecido en la década de los 50.

Hay muchas historias que escuché en mi seno familiar - y que en parte yo viví personalmente- que son sumamente entretenidas y siempre recuerdo.
En las largas estadías que pasaba en casa de mis padres, que generalmente eran en invierno, solía montar a caballo, Quijote perfecto, y recorría los cerros y senderos. Recuerdo de niño haberlo acompañado. Observaba atentamente la naturaleza y hacía sus comentarios muy especiales.

En las mañanas, después de desayunar, aún en bata, partía al piano de cola en el salón. Pero antes de tocar propiamente, hacía un "calentamiento de los dedos". Era realmente una cosa horrorosa, porque ello consistía en tocar una nota seguida de otra a intervalo a veces de segundos. Notas solitarias sin hilo conductor ni melodía. Eso por largos minutos. Después iba incorporando acordes, arpegios y ejercicios suaves. Otros larguísimos minutos. Después de eso se ponía a tocar ya piezas completas. Tengo un recuerdo nítido de varios Estudios de Chopin que impajaritablemente me evocan a él. Los tocaba con bastante maestría.

Ahora, otra especialidad era comer las lentejas con caqui. Cuando sabía que había este plato al almuerzo, iba a este arbol, sacaba unas frutas remaduras, las llevaba al comedor y cuando le llegaban las lentejas, reventaba tal cual fuese un huevo esta fruta sobre el plato exclamando con su típica voz casi afeminada: "me encantan las lentejas con caqui" y..... splash, se incorporaba este elemento extraño a su plato favorito.

Pero la anécdota inolvidable es cuando un buen día, como solía hacerlo habitualmente, va a bañarse al Bío-Bío. Esto lo hace "como Demetria (su madre) me echó al mundo", o sea, desnudo. La gran sorpresa se la lleva cuando sale de las aguas del río y va nuevamente a vestirse para regresar a casa. Toda su ropa había sido robada. No le dejaron ni los slip, nada. Llegó a casa de una familia modesta a pedir auxilio los cuales le facilitaron lo elemental para cubrir su figura. Pasado este chasco va al cuartel policial más cercano a estampar la denuncia del robo. Los carabineros, al ver esta especial figura al parecer no le quisieron dar mucho crédito al relato a lo cual él se enfureció contestándoles algo así como: " oigan, si Uds. están hablando con el cuñado del Presidente de la República". Imagino la reacción de incredulidad de los policías. Para adentro deben haberse muerto de la risa, pero resulta que efectivamente lo era. Su hermana Marta era la esposa de Juan Antonio Ríos, nada menos. O sea, esta historia se desarrolló entre 1942 y 1946. El resultado de la posterior investigación policial me es desconocido.

Solía jactarse que él había nacido el mismo año que Claudio Arrau, es decir, 1903.

Estuvo don Alfredo largos años viviendo como un ermitaño en una parcela que se compró en Hualqui. Yo no conocí esa casa pero mis padres, que lo visitaban, decían que era bien modesta. Sin energía eléctrica, porque él no la quiso. El patio trasero era una selva de malezas, zarzas, etc. Pero ahí era feliz.

En los últimos años de su vida, por ahí por mediados de los 80, lo divisé a una cuadra de mi casa. Iba delante mío esta figura inconfundible, lo alcancé, lo saludé muy afectuosamente. Obviamente me presenté porque hacía tal vez unos 20 años que no me veía. Tuvimos una gran alegría mutua en reencontrarnos. Era mediodía. Lo invité a mi casa. Lo presenté a mi señora e hijas que eran chicas. Charlamos de varias cosas, recordando, fundamentalmente. Y ahí lo invito a que se quedara a almorzar con nosotros y él gentilmente rechaza la invitación aduciendo que se quería ir a su casa a "prepararse su alimento". Efectivamente, andaba con una de esas pilhuas (así se escribe?), en donde llevaba las compras de la mañana del mercado. Recuerdo nítidamente las miradas de mi familia viendo esta figura quijotesca. Mi hija menor Catalina (tendría unos 8 años) quedó muy impactada.

En ese encuentro quedamos de acuerdo en que yo lo iba a visitar a su departamento, entre otras cosas, para tocarle piano. Quería saber hasta dónde había llegado yo con las clases que me había dado su hermano Roberto.
Así lo hice. Llevé unas partituras, entre otras del concierto "El Emperador" de Beethoven que se lo toqué. Quedó gratamente impresionado. Obviamente me hizo varios alcances técnicos y musicales a mi interpretación. Después me mostró su vivienda. Vi dos cuadros de Juan Francisco González en las paredes. Muchos óleos pintados por Roberto, realmente hermosos. Y posteriormente me mostró su discoteca pero él no sabía usar muy bien o casi nada el tocadiscos. Era de los antiguos que tocaban los discos 78 de acetato. Me hizo poner uno de ellos que era una interpretación que hacía Sergei Rachmaninoff de un conocido Impromptu de Schubert que yo también tocaba. Me recalcó mucho que yo debía poner los acentos en la melodía que llevaba la mano izquierda.

En fin, fue una velada muy grata que se repitió una vez más y poco tiempo después supe muy tarde que don Alfredo había fallecido.

De verdad sentí mucho dicha noticia y también pasó por mi cabeza de qué habría sido de su valiosa biblioteca y de su colección de libros de piano y el instrumento propiamente tal. Herederos (sobrinos) se habrán apoderado de algo que a ellos de poco o nada debe haberles servido más allá de tal vez haber sacado unos muy pocos pesos porque qué valor material pueden tener cosas así para personas que no tocan el piano y no leen, sobre todo ese tipo de lectura.

Por cosas del destino, años después en una venta que salió publicada en el diario "El Sur" de Concepción adquirí dos volúmenes de "La mejor música del mundo" que había sido de él. La señora que los vendía era sobrina lejana de él.

En fin, un resumen bastante extenso sobre un personaje muy especial que quise mucho y que recordaré siempre, al menos cuando escuche alguno de esos Estudios de Chopin que él interpretaba en casa de mis padres cuando yo era peque.